Antes de la carrera. Me levanté a las 5:30. Estaba cansado, con pocas ganas de hacer estiramientos. No había conseguido dormir bien y en los últimos meses había estado sumergido en el trabajo y en mis proyectos de blogging. Era el día de la carrera y no me sentía especialmente motivado. Incluso una vez allí, justo antes de comenzar, no me sentía con ganas de darme una paliza de 10 kilómetros. Por suerte, en la última había tardado 1 hora y superar esa marca no sería muy difícil. Claro que, aquella vez tampoco esperaba tardar tanto.
Durante y después de la carrera. Salí a un buen ritmo, quería ver si lo podía mantener por mucho tiempo. Por suerte, no había fallado a mis dos entrenamientos semanales ni una sola vez. Una hora sábado o domingo y un día entre semana de 30 o 40 minutos bastante intensos. Además, como mi última carrera fue de 21km, daba la impresión de que 10 eran muy poco. Parecía que no tenía grandes problemas para mantener el ritmo. En mi última 10k llegué al kilómetro 5 en 30 min, en la anterior en 27 y hoy, sorprendentemente estaba allí en 24:58. Y lo que es más, fui capaz de mantener el mismo ritmo durante un buen rato. Pasados un par de kilómetros decidí disminuir un poco la velocidad, era obvio que iba a mejorar mi tiempo anterior. Lo que no me esperaba era llegar a meta en 50 min y 40 seg, mi mejor tiempo en 10k. Ahora estoy eufórico y lleno de motivación de nuevo.
Durante mucho tiempo me pregunté si iba a ser capaz de bajar de los 50 min en 10km. Ahora sé que sí y que la constancia en el entrenamiento es la clave. He dado un paso al frente y sé que puedo bajar mis marcas más de lo que tenía pensado.
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