En mi caso, fue en Dublín, Irlanda, y como todo recién llegado allí, al subirme al coche que me esperaba, lo hice por el lado contrario. Después llegué a la casa en la que iba a vivir, una casa pequeña de estilo victoriano, donde vivía una señora que trabajaba en una fábrica de chocolate. Vivía sola y acogía a muchos estudiantes extranjeros. Sin ir más lejos, en aquel momento había dos más, un chico húngaro, al que apenas entendía cuando hablaba, y un coreano, al que entendía aún menos y que no tardó en mudarse a una casa con más coreanos. Tan solo me hicieron falta unos segundos de conversación para darme cuenta de que ese intermediate level en España era algo realmente elementary level allí.
Mi primera noche, para
cenar, la señora me había dejado preparado un plato de puré de patatas con gravy (salsa de carne). Posiblemente el
peor plato que he probado en mi vida. Era
un poco tarde y tras la amable recepción de Liz, la señora, y muerto de hambre
por mi incapacidad para comerme aquellas incomestibles mash
potatoes, decidí llamar a mis padres para contarles que había llegado bien e
irme a dormir. El viaje había sido duro y necesitaba descansar.
Al día siguiente, nada más levantarme, lo
primero que hice fue salir a dar un paseo por los alrededores, mirar dónde
estaban las paradas de tren y autobús, las tiendas... Y como en un paseo de
ensueño, observaba el estilo de las casas; la gente, que era de apariencia
distinta a la de mi país; el clima, que era mucho más húmedo y lluvioso; y los
paisajes, que eran mucho más verdes también. Tenía la impresión de haber
entrado en otro mundo, era esa sensación indescriptible que siente una persona
cuando entra en contacto con otra cultura.
Pasado un buen rato, decidí volver a casa, pero antes paré para comprar un muslo de pollo, el cual indiqué al tendero señalando con el dedo a través del cristal de una vitrina en la que estaba situado, y él, viendo que no sabía hablar bien, me enseñó el nombre, drumstick. Complicado para un hispanohablante, pero es una palabra que nunca olvidaré. Me encantaban aquellas tiendas que siempre tenían comida como salchichas, patatas fritas o muslos de pollo listos para llevar, y aquel hombre en concreto, fue bastante simpático, razón por la que me convertí en su cliente habitual.
Pasado un buen rato, decidí volver a casa, pero antes paré para comprar un muslo de pollo, el cual indiqué al tendero señalando con el dedo a través del cristal de una vitrina en la que estaba situado, y él, viendo que no sabía hablar bien, me enseñó el nombre, drumstick. Complicado para un hispanohablante, pero es una palabra que nunca olvidaré. Me encantaban aquellas tiendas que siempre tenían comida como salchichas, patatas fritas o muslos de pollo listos para llevar, y aquel hombre en concreto, fue bastante simpático, razón por la que me convertí en su cliente habitual.
Volví
a casa mientras iba comiendo por el camino, subí a mi habitación, descansé y después me decidí a coger el
primer DART (como se le llama al tren
en Dublín) en dirección al centro.
El
centro era pequeño, pero muy masificado y cosmopolita, había mucha gente por
todas partes procedente de todos los lugares imaginables y se podían escuchar un montón de
idiomas: inglés, francés, italiano, muchas lenguas asiáticas o del este de
Europa que no llegaba a diferenciar, y por supuesto, español. Era fascinante formar parte de
aquello, observar el ambiente y la belleza de su río y sus calles, así como la
música irlandesa, que sonaba por todas partes. Empezaba a conocer el lugar en el que iba a pasar uno de mis mejores años y el lugar que me hizo cambiar para siempre.
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Qué interesante es tu blog. Muy bueno el texto. Sin duda al leerlo solo me entran más ganas de explorar el mundo!
ResponderEliminarMuchas gracias. Explorar el mundo es una experiencia indescriptible, aunque no es fácil, pero intentarlo al menos durante una temporada es algo que se lo recomiendo a todo el mundo.
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